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lunes, 29 de noviembre de 2010

Juventud apolítica

El hartazgo hacia la política se refleja de muchas formas y en distintos sectores. El de los jóvenes no es la excepción. Relacionamos naturalmente la política con corrupción, tráfico de influencias, clientelismo y demás abusos de poder, conocidos y repudiados por todos.

Es cierto. Pareciera que la política en México está en estado de descomposición. Basta con encender el televisor o ver periódicos para constatarlo. Peor aún, las prácticas cotidianas de esa política corrupta trascendieron y se trasladaron a una sociedad que también rompe las reglas. Incluidos los jóvenes. Corresponsables o no, es una realidad que provoca desencanto.

Los jóvenes nos desentendemos de la política con el pretexto de que los gobernantes hacen oídos sordos a las demandas de la sociedad. Los acusamos de buscar el beneficio personal o el de sus partidos. Un desentendimiento que lleva al distanciamiento. Y paradójicamente brinda un amplio margen de acción, permitiendo que dichas prácticas -tan despreciadas por nosotros- se perpetúen.

También nos alejamos de la política porque vislumbramos horizontes cerrados. Los canales de participación no son claros, están estigmatizados o no nos interesa saber cómo acceder a ellos.

Pero, aclaremos. Estar interesado en política no se traduce en activismo, ni mucho menos en una necesaria pertenencia a un partido político. Tampoco es cierto que nuestra responsabilidad política se reduzca a simplemente tachar una boleta. Va más allá.

Ser un joven interesado en política implica, en primera instancia, hablar del tema. Por más cansado y abrumador que sea, abordarlo nos lleva a la reflexión. Se siembra la inquietud, y el desinterés se va perdiendo, paulatinamente.

Pero para discutir se necesita estar informado, para no ser engañado. Ambas herramientas se convierten automáticamente en un poderoso mecanismo de presión que se opone a que la ilegalidad, revestida de impunidad, siga gobernando.

Es fundamental romper con la apatía para llegar al “ya basta”. Porque ya fue suficiente tener que vivir en un país donde el Gobierno también toma su distancia, pero de la sociedad. Se niega a reconocer las distintas realidades presentes a lo largo y ancho del territorio nacional.

Tampoco podemos permitir que los sueldos de los funcionarios sigan creciendo, y los resultados disminuyendo. Que nuestra indiferencia no fomente la ineficiencia y la opacidad gubernamental, de la que tanto nos quejamos.

Desafortunadamente, muchas veces preferimos encerrarnos en círculos cercanos cumpliendo con responsabilidades limitadas: las de interés e impacto personal. Las exigencias académicas, laborales, familiares, de pareja, de amistad, engloban nuestro deber ser. Pero aquí no hay mano invisible que funcione. México necesita de jóvenes responsables en un amplio sentido, dispuestos a actuar en los entornos inmediatos.

Siendo conscientes y congruentes, los primeros pasos deben darse en nuestras colonias, en nuestras localidades, y la suma de ello resultará en un país mejor. Empezando por salir a las calles y observar. Constatarnos de que existen personas con problemas, cuya solución requiere esfuerzos en conjunto. Además es fundamental escuchar y dialogar. La interacción generará cohesión, tan necesaria, en un contexto de desigualdad social y polarización.

Interesarse desde joven en la política es lo único que puede evitar que se cometan abusos que provoquen daños irreversibles.

Porque no se puede repetir la pérdida irreversible de vidas de pequeños inocentes de Hermosillo. Lo que pasó en Oaxaca y el daño irreversible a las libertades más elementales. Lo que pasó en Atenco y el atentado irreversible al Estado de Derecho. Lo que pasa en esta “guerra” contra el narcotráfico y el irreversible aumento de la cifra de muertos. Y la lista podría continuar…

La política no solamente es el poder sin sentido. La política organiza, determina las formas de interacción entre los integrantes de una sociedad y define su rumbo. Además, como decía Thomas Mann: todo es política. Absolutamente todo. Porque nos afecta a todos.

¿Podemos darnos el lujo de seguir siendo una juventud apolítica? La respuesta es más que evidente.

martes, 23 de noviembre de 2010

Debatir la educación


Hace un par de días la organización Mexicanos Primero, presidida por Claudio X. González, presentó su segundo informe anual, titulado "Brechas", que complementa el anterior llamado "Contra la pared". A partir de datos procedentes de pruebas nacionales e internacionales de evaluación escolares (Pisa, Enlace, Excale) el informe describe un panorama peor que desolador -desastroso- de la educación básica en México. Sin anatemas ni ofensas, Mexicanos Primero propone algunas guías de solución a mediano y largo plazo, pero insiste mucho, y con razón, que el punto de partida es el análisis de la situación actual.


Al comentar este informe me permití subrayar algunos de los datos y plantear una problemática, en mi opinión, desgarradora, pero fundamental. Un primer conjunto de hechos que me llamaron la atención tiene que ver con la convergencia entre la información recopilada y presentada por Mexicanos Primero y la de Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación: más o menos dicen lo mismo. Pasa algo semejante con Enlace de 2010 y Excale 2005 y 2008; aunque miden cosas ligeramente distintas, todos los números apuntan a dos conclusiones: la situación en secundaria es terrible y no ha cambiado entre 2005 y 2010. Hay variaciones marginales en el tiempo y entre fuentes.


Un segundo dato digno de subrayarse es el que proviene de la gráfica de resultados en escuelas primarias indígenas, rurales, urbanas públicas y urbanas privadas. Aunque David Calderón, el talentoso autor del estudio, subraya que la diferencia entre los distintos segmentos de cada una de estas categorías no es enorme, sí lo es entre el desempeño educativo de los niños en las escuelas urbanas privadas y las escuelas indígenas. También lo es con relación a las escuelas rurales. México va derechito por el camino de una privatización silenciosa de la educación básica, no impuesta por el imperialismo, el neoliberalismo, el gobierno espurio o el sector privado, sino por los padres de familia. Como en la India, dentro de poco tiempo empezarán a reaccionar ahorrando para enviar a sus hijos a escuelas privadas, porque la diferencia sí es enorme.


Otro hecho escalofriante: en México 93% del gasto educativo se destina a salarios, 20 puntos por arriba del promedio de la OCDE donde sólo es superado por Portugal; y es más que Chile y Turquía, los países con PIB más parecido al mexicano. Al mismo tiempo sabemos que los maestros en México no son bien pagados. ¿Cómo le hacemos para gastar más y pagar menos? Es otro de los misterios de la educación en México.

Por último, un hecho que me permití compartir con el público y que no viene del informe "Brechas", sino del libro Latin America 2040 editado por la Sage Foundation: según las pruebas Pisa de 2006, salvo en Chile, el desempeño en lectura, matemáticas y ciencias del quintil más rico de los niños de secundaria en América Latina es inferior al del quintil más pobre de los países ricos. La problemática se puede ilustrar con el Índice de Desempeño Educativo Incluyente (IDEI) de Mexicanos Primero.

Aplicar un principio radical de evaluación, premios y castigos, e incentivos claros a la educación en México, implicaría darle más dinero a los estados mejor librados que a los peor librados. Implica entregarle más recursos a los municipios mejor calificados, a sus mejores escuelas y directores, a los mejores maestros dentro de las mejores escuelas, y a los mejores alumnos dentro de las mejores escuelas dentro del mejor municipio, dentro del mejor estado. Es un poco, guardando las proporciones, lo que están tratando de hacer en Estados Unidos Obama y su secretario de Educación, Arne Duncan. Sin duda funcionaría en México, pero sin duda también ensancharía la brecha educativa, por ejemplo, entre Aguascalientes -tercer lugar después de Nuevo León y el Distrito Federal- y Oaxaca, el peor calificado. Lo que estamos haciendo no funciona; y esta alternativa es imperfecta y perversa, pero conviene debatirla.

Un cambio de rumbo

18/11/2010

Lo dijo aquí Mario Vargas Llosa hace unos días y lo dijo muy bien: los habitantes del Estado norteamericano de California se equivocaron al no legalizar el uso recreativo (y el cultivo, la producción y el comercio) de la marihuana el pasado 2 de noviembre en un referéndum. Agregaría yo que también se equivocaron los presidentes de los países productores y de tránsito, como Colombia, México, El Salvador, Panamá y República Dominicana, al no haber aprovechado la posible legalización o la victoria pírrica de los partidarios de perpetuar la prohibición, para llamar a una nueva estrategia frente al narcotráfico.

Victoria pírrica, porque si uno analiza con detenimiento los datos de las encuestas de salida, y de las tendencias históricas tanto en California como en Estados Unidos en su conjunto, rápidamente se percata que la legalización es solo cuestión de tiempo. Incluso el mismo 2 de noviembre, un Estado tan conservador como Arizona -cuna de la odiosa ley contra los inmigrantes llamada SB1070- aprobó por referéndum la legalización médica del uso de la marihuana en condiciones de gran libertad.

En lugar de pedirle a la Virgen de Guadalupe que no suceda, los presidentes latinoamericanos harían bien, siguiendo al mandatario mexicano Vicente Fox, en pedirle a Dios que sí se legalice.

La encuesta más interesante, junto con su estudio acompañante, es la que realizó Greenberg-Quinlan-Rosner Research, dirigida por el encuestador Stanley Greenberg, bien conocido no solo por su trabajo electoral sino por sus análisis más abstractos de la evolución de la sociedad norteamericana. Lo primero que anota Greenberg es la evolución de los puntos de vista estadounidenses a lo largo de los últimos 30 años, basándose en los recurrentes sondeos realizados por Gallup. Muestra como desde un pico en 1970, cuando el 84% de todos los norteamericanos se oponían a la legalización, y solo el 12% eran partidarios de la misma, se llega a la situación actual: el 46% de los ciudadanos de Estados Unidos son partidarios de la legalización y el 50%, contrarios a ella. La tendencia se mantiene a lo largo de 40 años, y aunque se han producido pequeños movimientos opuestos en determinadas coyunturas, según Greenberg se trata de una corriente de opinión robusta y dotada de un desenlace inexorable.

La misma tendencia aparece en las votaciones formales dentro de los Estados Unidos. La Iniciativa 19 obtuvo el porcentaje más alto que jamás ha logrado una iniciativa de legalización en Estados Unidos. La lista es la siguiente, remontando al año 2000: Alaska en 2000, 40%; Nevada en 2002, 39%; Alaska en 2004, 44%; Nevada en 2006, 44%; y Colorado en 2006, 41%.En segundo lugar, Greenberg analiza las respuestas de los votantes a favor y en contra de la iniciativa en California, así como las razones de su voto. Sabemos que el resultado final fue de un 53,8% contra el 47,2%.

Ahora bien, al preguntársele a los votantes si pensaban que, independientemente de su voto, el uso de la marihuana debía legalizarse, el 50% dijeron que sí. Casi la tercera parte que votaron en contra consideraban que la marihuana debiera ser legal, pero estaban en desacuerdo con algunos detalles de la Iniciativa 19. La cuarta parte de los que votaron en contra de la legalización contemplaron la posibilidad de votar a favor.

El 52% de los votantes de California (contra un 37%) creen que las leyes contra la marihuana, al igual que las viejas leyes contra el alcohol, hacen más daño que bien. Y el 44% de los electores aseveran que la legalización es inevitable; solo el 25% piensa que no. Si la participación electoral de los jóvenes el 2 de noviembre hubiera sido la misma que en las elecciones presidenciales anteriores, se habría producido un empate. Por último, el 55% de los votantes independientes blancos se pronunciaron a favor de la legalización.

Así pues, todo indica que la legalización de la marihuana va a figurar de nuevo, y muy pronto, en las votaciones de varios Estados de EE UU, empezando por California en el año 2012, pero en un contexto diferente: más dinero, mayor participación electoral, más debate previo, tanto local como nacional, y sujeto a las tendencias ya descritas.

Si los presidentes latinoamericanos mencionados quisieran tomar en cuenta la opinión y los procesos en apariencia irreversibles del principal mercado de consumo de estupefacientes en el mundo, harían bien en plantear con claridad y vigor lo que muchos ya han sugerido de manera más o menos explícita: convocar a una conferencia internacional para llevar a cabo un balance de 40 años de estrategia punitiva contra la droga, y estudiar las alternativas posibles, desde la legalización de la marihuana en varios países, hasta la legalización de toda las drogas en esos mismos países.

Pero si quisieran atender las opiniones de muchos de los personajes más influyentes y distinguidos de sus propios países, harían lo mismo.

Los tres escritores latinoamericanos más laureados y más distinguidos así lo piensan. Según Carlos Fuentes, la solución consiste en "despenalizar las drogas paulatinamente." Para Gabriel García Márquez, "una de las grandes ventajas de la marihuana como medicamento reside en su seguridad. No se conoce ningún caso de sobredosis letal"; y Mario Vargas Llosa se ha manifestado muchas veces a favor de la legalización, sobre todo en su más reciente artículo quincenal de EL PAÍS a principios de noviembre. Ex mandatarios iberoamericanos como Fernando Henrique Cardoso de Brasil, Vicente Fox de México, César Gaviria de Colombia, Ernesto Zedillo de México y Felipe González, lo han hecho también cada uno a su manera. Empresarios mexicanos, como Ricardo Salinas Pliego, han manifestado lo mismo; revistas como Nexos, en México, cuyo consejo editorial incluye (con la excepción del que escribe) a muchos de los intelectuales más distinguidos de México, se han expresado en el mismo sentido.

Es cierto que las encuestas muestran que no existe un apoyo mayoritario a la legalización en los países productores o de paso. Pero también es cierto que sus mandatarios no han hecho nada para conducir a sus respectivos países en esa dirección. Asímismo, es probable que sin sumar a Estados Unidos a una postura de legalización, se antoja difícil que esta prospere o haga realmente una diferencia. Sin embargo, esta última tesis hace caso omiso de dos elementos decisivos y que no conviene perder de vista.

Si lo que le conviene a México, a Colombia, a Perú, a la República Dominicana y a otros países es la legalización, deben luchar por ella y por convencer a Estados Unidos de hacer lo propio. Nadie tiene la autoridad moral de Felipe Calderón o de Juan Manuel Santos, entre otros, para este empeño. Que no se logre a corto plazo no significa que no deba intentarse. Y en segundo lugar, y tal vez sea lo más importante, conviene recordar lo que dijo el presidente norteamericano Lyndon B. Johnson en 1968 a propósito de la oposición del muy influyente presentador de informativos de televisión Walter Cronkite a la guerra de Vietnam: "Si he perdido a Cronkite, he perdido a Estados Unidos".

Para todos fines prácticos, si la guerra contra las drogas ha perdido a California y a Arizona, probablemente perdió a Estados Unidos, y si ha perdido a figuras latinoamericanas como las aquí mencionadas, es probable que esté perdiendo a las élites latinoamericanas, que dentro de su proverbial prudencia (algunos dirían miedo) y su obviamente excesivo poder, son imprescindibles para cualquier esfuerzo de Gobierno en América Latina.

Ya casi nadie lo niega: la estrategia actual no ha funcionado; las hipótesis de su éxito: una disminución del consumo y/o de la tolerancia del mismo en los países donde se origina la demanda -así como una regulación de la venta de armas de fuego- son ilusorias; las tendencias de opinión van en sentido contrario. De verdad, ¿no ha llegado la hora de cambiar de rumbo?